El resto del viaje anduvo robando en la mayoría de los establecimientos. Calcetines, camisetas, chapas, papeles de Origami. En el Museo de Arte Moderno de Nueva York hurtó objetos por valor de una cantidad económica desorbitada. Salía caminando con ellos en la mano, o quitaba las alarmas en los lavabos.
Al sentimiento de rabia del timo siguió el de euforia, y tras éste, la culpa. N ideó un plan. Volvió a la tienda del MOMA, compró el libro más caro. Pidió que se lo envolvieran. Y entonces, simuló despistarse y olvidarlo sobre uno de los expositores. Abandonó la tienda sintiendo que su deuda había sido expiada. Con la ciudad, consigo mismo, con el estereotipo internacional del turista español.
La cajera salió tras él cuando cruzó la puerta Se ha dejado esto, Señor.
Uy, gracias, gracias, qué cabeza.
N regresó, y cuando la chica se distrajo lo volvió a abandonar.
La anécdota me hizo gracia; nos hizo pensar en la Gran Culpa de Alemania en este siglo, y allí, bajo los nogales, discutimos sobre lo popular que se ha hecho la teoría del trauma para explicar el arte del XX.
Es curioso que la comunidad mediática internacional juzgase negativamente a Günter Grass por reconocer su participación en la juventudes nazis, tras muchos años callándolo. Probablemente, Grass no previó las consecuencias sino que más bien fue, como todos, arrastrado por la culminación del discurso de la Ilustración. Lo cual no impide que su compromiso crítico con Alemania sea real. Tras su declaración se le demandó una manifestación pública de arrepentimiento, la cual no se sintió obligado a conceder. Tampoco cayó en explicaciones psicoanalíticas sobre el sentido del deber de un muchacho ante su patria. Grass parecía consciente de la “representación total” que fue el nazismo, y mantuvo una actitud que parecía expresar una idea complicada: que demonizar el recuerdo es también en cierto modo sacralizarlo, puesto que la memoria no es única. No se la debe forzar a una forma unitaria a través de una razón totalizadora. Se trata más bien de una serie de fantasías evocativas y voces simultáneas, una pregunta amorfa y constante.
Al verse coaccionado a una ”confesión”, parece que para Grass la culpa se convirtió en un imperativo de la comunidad.
Me imagino a la dependienta del MOMA quedándose después de su hora de trabajo para arreglar el desfase en las cuentas provocado por el sentimiento de culpa de N, dando explicaciones a un jefe que desconfía de ella, perdiendo el tren.
Pregunté a N qué libro era. Casualmente, se trataba de un ejemplar de El Arte Judío.
4 comentarios:
Me encanta Cabeza de Perro. Y este texto en particular. Gracias por compartirlo.
me ha recordado una historia que leí en “La gran estafa de la Medicina Nazi.”
Un periodista viaja a Sudán haciéndose eco de la existencia de un doctor alemán, el buen doctor blanco, que se ocupa de la asistencia médica de una extensa comunidad en medio de la sabana. Le hacen una entrevista y una foto junto a su mujer y sus enfermeras negras. Cuando el reportaje sale publicado alguien reconoce en la foto al terrible especialista en eutanasia y castración de un campo de exterminio condenado por prácticas impropias y criminal de guerra. Alguien le da el chivatazo y se larga de allí, con el Mossad pisándole los talones. Creo que luego intenta volver, o montar algo parecido en otra parte.
Absurdo seguro, pero... el dinero que da la Alemanía actual al estado Israelí (como compensación por lo robos y crimenes cometidos durante el extermino) podría pasar perfectamente por el libro de N.
Por fin CEB sobre mi cama (x2)
Gracias a La Conica. Mala mala. Lulu mala. Perrita traviesa.
Gracias, Clifor.
Diego, había escuchado en algún lugar esa historia, sí. Pero son tantos los que estuvieron implicados, y en tantos grados, que ese trauma de la culpa ha impregnado al parecer el imaginario alemán.
Qué bien que ya los tengas, 629. Cualquier comentario que tengáis sobre ellos será agradecido. Todos compramos y vendemos culpa.
Un abrazo
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