El libro que más veces he leído son los cuentos de Salinger. Me lo dejó alguien en inglés, recuerdo el “For Esme” impreso en la portada. Yo creo que P, desde luego, pero al momento me surgen dudas porque me parece que P no lee en inglés. Tengo dos ejemplares. Uno es de L, otro me lo regalaron un cumpleaños, junto a todas las obras de Salinger. Leer a Salinger siempre aporta normalidad., una base estable, una piedra angular. Describe lo inesperado en lo cotidiano, pero sus personajes concluyen estéticamente en el epos, la visión del narrador los hace conclusos. Hay un falso encuentro dialógico entre la palabra del narrador y el personaje. Están en habitaciones distintas, pero empatan. Me pacifica. Todo esos mundos, esos cuartos de baño o de hotel, son representados dentro del campo de visión del invisible autor.
Estos días en que voy perdiendo el culo y llego a las diez a casa después de pasar por el Burguer King, me he cogido a Eggers como sustituto. Eggers es normal, demasiado normal. Aunque rico en trucos y con un registro de lenguajes o dialectos tan variado como el Metro, no alcanza esa polifonía estabilizada de Salinger, ya que parece que lo decisivo es el truco, la chispa del recurso estilístico, el momento dialógico en que un personaje se encuentra con una situación anormal o con otro personaje de reacción inesperada. Sé que es una engorrosa diferenciación, y que el Eggers es un crack en dialogismo interno (bivocalismo estilizador o paródico, distintos tipos de monólogos y diálogos, polémica oculta, simbolismo inconcluso, anticipación o réplica interna de la palabra ajena), pero quizá estoy cansada, quizá necesito el chas. Un cacho de carne y unas simples patatas. Y la originalidad de Eggers no radica en la originalidad de los discursos, sino en la forma de articulación. En comida deconstruida.Debí quedarme sentada en un banco de la acera de central Park, donde compré el libro, y poner los medios para que Eggers me narrara tranquilamente.
Salinger es la voz que dice: no estoy aquí.
Y eso necesito.
Algo grande, irreconciliable e imposible de aunar: la montaña y la ballena.