16 de abril de 2008

Pollock



Acabo de llegar de la clase de dibujo. Hoy ha venido una modelo argentina, de diminutas articulaciones. De cerca la piel de su cuello tenía tonos azulados y se percibía un ligero temblor. Mientras estaba haciendo el último escorzo he recordado la peli que hizo Ed Harris sobre Pollock, y que me regaló A porque no le gustaba nada. La compramos una Feria del libro para verla una tarde vacía. Reconozco que me gustan los biopics, y que aunque suelen engrosar el género Autoayuda, mi nivel de intolerancia hacia el género es ciertamente bajo.
En este caso, aparte de la eterna pregunta de si buscan los hombres a través del arte aquello que no son, la gran atracción de la película reside en Marcia Gay Harden. Lee Krasner fue la compañera de Jackson Pollock, un hombre extremadamente tímido y con inclinación a la bebida, y que gracias a su obsesión por el triunfo y a Lee consiguió ser una estrella mediática. Por ende, destruirse. La película no es únicamente un paseo por una calle de sentido único por la que el espectador corre hacia el final; trata delicadamente la diferencia entre el arte de vanguardia (en este caso Expresionismo Abstracto) europeo y el americano. La meta-película de Pollock pintando con vaqueros recién cortados, sus portada en el Life, el mercado de Peggy Guggenheim y una Lolita acertadamente encarnada en Jennifer Connelly (bañadores de corte pin up y botellas de Coca-Cola) nos dicen que existió otro factor, los medios, en esta historia. No en vano el propio director, Harris, reconoce haberse sentido inspirado para hacer esta peli porque el rostro de la foto de portada de un libro sobre el pintor era bastante similar al suyo.
Es bella la paradoja del empeño de Pollock (la necesidad de alejarse de los círculos de arte de vanguardia para ser artista de vanguardia), y el hecho de que convierta algo natural (el campo al que se retira) en materia cultural, pero es más bello aún el personaje de Krasner. Pintora, esposa y marchante, pero nunca una vaca de sacrificio, tal como expresa esa excepcional escena en que Jackson, bebiendo de un botella de cerveza, le habla de niños a una Krasner que acaba de tomar un relajante baño.
Vi esta película, creo, en el 2002. En el Kino, Cork. Aquel verano los días se hicieron más eternos que ningún otro, mientras esperaba a mi hermana C. Pasamos los días tomando té en el jardín de la casa de la colina, sin hablar de ello. Porque se trataba en realidad de algo difuso, vaguedades escurridizas, cuestiones dudosas. Porque en la vida, como en la pintura, lo más alterable y delicado es su especificidad, lo que le diferencia de otras obras descriptivas (otras personas, otros caminos) y le otorga personalidad propia.
El reto final es no hablar. La posibilidad de la pintura total, goteando sobre el blanco. Un paisaje que ya no necesita para justificarse de ninguna figura humana.

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