29 de agosto de 2008

Auster vs. Auster, Carver vs. Carver (+anexos)

(He añadido anexos).


El protagonista de La Ciudad de Cristal es Daniel Quinn, un escritor de novelas policíacas y de misterio que escribe bajo el pseudonimo de William Wilson. William Wilson es un personaje de Poe que se desdobla, un doppelganger. El escritor Daniel Quinn, como Wiliam Wilson, escribe sobre el detective Max Work, con el que se identifica. Daniel Quinn recibe una llamada equivocada para Paul Auster, el autor del libro: alguien reclama sus servicios como detective. Daniel Quinn se hace pasar por Paul Auster y visita a Peter Schilling, un niño que fue encerrado durante su infancia por Peter Schilling, su padre, a fin de llevar a cabo experimentos del habla. Ahora Peter Schilling Padre ha salido del manicomio y Peter Schilling hijo teme por su vida. Peter Schilling padre inventó para documentar sus teorías de juventud a un falso escritor, Henry Dark. A Henry Dark le interesa la relación de la Caída del Hombre con la pérdida del lenguaje. Sus textos hablan de Milton, del Mayflower, del puritanismo y de que Nueva York es la nueva Babel, la Ciudad de Cristal.
Daniel vigila a Peter Schilling padre. Acaba hablando con él. Se hace pasar por Daniel, Henry Dark y Peter Schilling hijo. Él no se sorprende. Peter Schilling está loco y dibuja TOWER OF BABEL con sus paseos sobre el mapa de Nueva York.
Daniel visita a Paul Auster. Su niño se llama Daniel.
Daniel acaba encerrado a oscuras, regresando a la época en que no sabía hablar. Al paraíso perdido miltoniano.
La última voz del libro no se identifica, y es probable que se trate de Max Work.

Juegos de reflejos.


Anexo 1. Carver.
Mi padre me pregunta por teléfono qué tal escritor es Paul Auster. Debe estar a punto de sacar algo, haciendo promoción, porque antes nunca habíamos hablado de él. Le cuento que me gusta su descripción de Alburquerque en El ilusionista, pero que no he leído nada más. Por la tarde, como ya he terminado mi tarea de leer los libros que ya había en casa, me voy al fnac y me compro lo que me apetece, entre ellos otro Auster. Me sigue quedando en la cabeza el poso del relato de los caballos de Carver. Los dos relatos de los caballos de Carver, quiero decir: Si me necesitas, llámame y Caballos en la niebla.
El primero no se publicó durante su vida, fue encontrado entre los papeles de Carver en la Biblioteca del Estado de Ohio y publicado por su mujer. Habla de un matrimonio que alquila una casa para arreglar su separación. Todo va bien hasta que discuten una noche. A través de la ventana aparece una manada de caballos salvajes. tras una llamada, el sheriff viene a recogerlos. Después de ese momento mágico, todo sigue igual, pero al menos ambos se sienten mejor. La desilusión, pero también el alivio de que ya ha pasado el momento de esforzarse por reparar la situación, o cambiar. Ha pasado el momento de la ilusión negativa, la ansiedad ante las expectativas de ser un esposo o esposa a la altura del modelo.

Caballos en la niebla, es uno de los peores relatos de Carver. Me lo encuentro cuando decido leerme Tres Rosas Amarillas antes de cenar, por cerrar con Carver y porque me había quedado pensando en el relato anterior. Me sorprendo. Un hombre recibe una carta de su mujer diciéndole que le abandona por debajo de la puerta de su despacho. El texto insiste en que él no reconoce su letra. La mujer sale a la calle. Aparecen los caballos en el jardín, y esta parte es similar a Si me necesitas, llámame. Todo está alargado en el texto, y parece recubierto, una falsa superficie.
Quizá Carver se parecía mucho a su primer personaje, quizá prefirió complicarlo. En la edición de Anagrama un texto explica que un tercer relato, similar y diferente, fue publicado en Granta (Londres), nº 68 (invierno de 1999: 9-21).

Después le pregunto por mis hermanos, y me cuenta que M empaqueta sus cosas porque ha decidido irse a un piso, que C finalmente se fue con el coche a su nuevo destino, y que J estaba preparando unos caballos para la Feria de Torrejoncillo cuando uno de ellos le mordió en el brazo. El animal se había metido en el jardín de una urbanización vecina, y pastaba el césped mientras unos niños lo miraban tras las cristaleras, en el interior de la finca.

Diferentes nombres, diferentes ángulos de reflexión, diferentes máscaras.

Anexo 2.

Cuando estudiaba la carrera, en una visita a mi abuelo, éste me prestó Paraíso Perdido. Era una edición horrible, en castellano, del Círculo de Lectores. Unos años después, cuando terminé, fue uno de los libros que elegí para comenzar con esa tesis inacabada sobre El Doble por su explicación de la Caída de hombre, del dualismo Bien/Mal. Lo leí fragmentariamente, varias veces, en su idioma original, en distintas bibliotecas del mundo. Trataba de analizar esa lucha en un mismo personaje (Jekyll and Hyde, El Golem) y sus derivados: Frankestein, Blade Runner, etc. Aunque el tema ha sido elegido por otros muchos en este intervalo, me ha gustado encontrarme con comentarios relativos a todo eso en La Ciudad de Cristal.
La semana pasada, cuando mi padre estaba ingresado, ingresaron también al hermano de mi abuelo. Es ese tipo de hombre mítico del norte que alimentó a sus hijos y hermanos, abrió negocios, tuvo biznietos y cualidades extraordinarias. Sus hijas querían llevarlo ya al campo, su lugar favorito, para que muriera tranquilo. Tomé un café con mi madre en un intercambio de nuestros turnos y le comenté algo sobre ello. Nadie se lo había dicho.

A mi madre, cuyo tío había vivido durante su infancia y adolescencia en casa, compartiendo habitación con su hermano, le mudó la cara. Me contó cómo una vez salvó a un hombre de ahogarse en la playa, y cómo arregló el puente del pueblo. Parecía repentinamente cansada e indefensa. Me miró directamente a los ojos, con tristeza, y me dijo infantilmente: ¿por qué tiene que morir la gente buena?
Yo sólo pude contestar: Bueno, todos tenemos que morir, eso es así.
Ella continuó, como una niña regresada de la época que estaba recordando: No, todos, no. La gente buena no debería morir nunca.

Por su parte, cuando se lo comunicamos a mi abuelo, dijo que exagerábamos, que seguro que no era para tanto, y en cuanto estuviera en la parcela estaría mejor. En su propio paraíso. Como si sus objetos pudieron conjurar la muerte, y una enfermedad fuera cosa de mal humor. Le dije que aún tenía su libro y se rió: puedes quedártelo, me encanta que los leas, ven a casa y echa un vistazo, tengo muchos más. 
Demasiados, dijo. Demasiados, ya, para lo que los necesito.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El martes, resulta que Auster dará una lectura en Boston. Ya te contaré qué tal.

Carlos VG

eme dijo...

¿En Boston?
Yo te hacía ya por aquí...

Creo que me gustaría ir.

Anónimo dijo...

Pasé casi todo agosto en España, pero llegué hace un par de días a Boston para encontrar piso. Y, por cierto, para más casualidad, la antigua inquilina de la habitación que he encontrado se ha dejado The New York Trilogy.

C.

 
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