BOSQUES
Los bosques se sustituyen y no pasa nada,
pero sí pasa, y no ocurre sino lo necesario.
El bosque está bien. Lo que viene después
del bosque está bien. Lo de dentro del bosque
está bien, y lo de fuera del bosque está bien.
Cuando la lucidez llega pronto, uno estalla.
Gusta viajar por ahí, tener amigos y cosas.
Una chica señalando una ruta con árboles,
la carencia de abrazos sin síntomas de dolor,
la peluquería cerrada, la señal de tráfico.
Después del bosque y antes del bosque ríes.
desborda el río a la Tierra, mece el mar solo,
busca la ardilla su solución, muerde el ciclo.
Sustituciones plenamente consagradas,
imágenes que sustituyen imágenes, bosques
que no figurarán siempre, rutas mediocres.
No pasa nada, pero sí pasa. Somos lo hecho,
y los bosques están por ahí, como uno mismo.
Julián Cañizares, Sustituir Estar, DVD 2009.
De eso trata esta colección de poemas (ver los dos post anteriores). Podríamos hablar de una escritura – idea, caracteriza por la reflexión, no siempre lógica. Todas las hipótesis que desencadenan los poemas se deben al conflicto que se produce cuando el espíritu choca con la condición de materialidad de la vida, quedando desenmascarado su sinsentido, y apuntando con el dedo así a la gratuidad del arte. A través de sus argumentación y contraargumentación, los poemas se enfrentan a la peculiar situación de destruir el medio por el cual son pensados: el lenguaje. Un empate técnico entre cabeza y corazón. De esta forma, la tensión sin ruptura se constituye como proceso fundamental. Lenguaje como medio y no como fin, poemas que son reflexiones en proceso, inconclusas. Movimiento.
En principio podríamos decir que Cañizares sustituye en esta colección el poema por el poema-idea, y que la intención parece ser la de reemplazar la literatura retiniana y narrativa por la reflexión. Pero no es así. Como en la canción de Astrud, el mismo discurso se descoyunta hacia lo puramente estético, las piezas del discurso se extienden hacia el simbolismo en una especia de violencia racional, en oposición a la violencia física de la poesía descriptiva. Es como si un trascendentalista inglés hubiera caído en el modernismo y nos mostrara el punto intermedio del proceso como obra. Es como si un predicador hubiera encontrado que no hay solución tras la reflexión más allá del propio proceso de reflexión, y nos hubiera entregado la propia belleza de la indefinición. Es como Gilgamesh cuando hace su camino de ida y vuelta a la tierra de los muertos, y nos trae como trofeo sus delirantes impresiones tras muchos días solitarios escuchando la radio por las autopistas del infierno cósmico. Y todo ello desde un escenario cotidiano, basado en el ready-made, los materiales que uno va encontrando en su ordinario quehacer a través de la cocina, el despacho del instituto, las sábanas. Materiales sencillos; cuestiones universales y cotidianas; desechables; neutros.
Lo que más me gusta de este libro es lo que más me gusta de grupos como Astrud: la creación artística a través de la crítica, pero sin caer en una voluntad anti-artística, sino reconciliando ambas. Su ubicación en una zona intermedia entre el poema y el antipoema, su delicadeza para partir de cierto platonismo, en el sentido de privilegiar la idea en desmedro del objeto, sin caer en lecciones existenciales o morales.
Habría que entender a Gilgamesh, Astrud y Cañizares como la representación de la reflexión sobre un mundo que encuentra su ser en la ruina. Benjamin destacaba la condición mortuoria de la obra de arte: las obras son ruinas, objetos perdidos. No son referentes cerrados. Y eso, hoy, para mí es lo que tiene valor: si el sujeto moderno era un Edipo cuya búsqueda de verdad conducía a la autodestrucción (pongámonos cursis), el sujeto post post post de hoy es un sujeto cuya búsqueda de la verdad tiene sentido sólo como búsqueda, sin finalidad, sin sentido, y acaba siendo una decoración. Si es así, la postpostmodernidad artística produce ya obras, no nuevas, sino deliberadamente arruinadas.
Sustituir Estar pone en evidencia la falsa conciencia que concibe al objeto de arte como una peculiar posesión privada; y no como un objeto del proceso de un esfuerzo intelectual. El sujeto es un enunciador bello e incoherente, y como resultado, los poemas resultan extraordinariamente iluminados. Aunque todos estemos megaencantados con el retorno AfterPop a la figuración y sus rostros cuatricrómicos delineados en negro, no está mal explorar el grado cero en el arte: violar las reglas de la propia disciplina, dudar del objeto mismo. Mi cabeza de perro, al menos, lo agradece plenamente, al final de este largo invierno de crisis. Porque nunca puede acabar el rastreo del Coyote hacia el Correcaminos. Ésa es nuestra naturaleza. Siglo arriba, siglo abajo.
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