31 de agosto de 2008
William Boyd. Fascination vs. Restless
29 de agosto de 2008
Auster vs. Auster, Carver vs. Carver (+anexos)
(He añadido anexos).
Daniel vigila a Peter Schilling padre. Acaba hablando con él. Se hace pasar por Daniel, Henry Dark y Peter Schilling hijo. Él no se sorprende. Peter Schilling está loco y dibuja TOWER OF BABEL con sus paseos sobre el mapa de Nueva York.
Daniel visita a Paul Auster. Su niño se llama Daniel.
Daniel acaba encerrado a oscuras, regresando a la época en que no sabía hablar. Al paraíso perdido miltoniano.
La última voz del libro no se identifica, y es probable que se trate de Max Work.
Juegos de reflejos.
Mi padre me pregunta por teléfono qué tal escritor es Paul Auster. Debe estar a punto de sacar algo, haciendo promoción, porque antes nunca habíamos hablado de él. Le cuento que me gusta su descripción de Alburquerque en El ilusionista, pero que no he leído nada más. Por la tarde, como ya he terminado mi tarea de leer los libros que ya había en casa, me voy al fnac y me compro lo que me apetece, entre ellos otro Auster. Me sigue quedando en la cabeza el poso del relato de los caballos de Carver. Los dos relatos de los caballos de Carver, quiero decir: Si me necesitas, llámame y Caballos en la niebla.
El primero no se publicó durante su vida, fue encontrado entre los papeles de Carver en la Biblioteca del Estado de Ohio y publicado por su mujer. Habla de un matrimonio que alquila una casa para arreglar su separación. Todo va bien hasta que discuten una noche. A través de la ventana aparece una manada de caballos salvajes. tras una llamada, el sheriff viene a recogerlos. Después de ese momento mágico, todo sigue igual, pero al menos ambos se sienten mejor. La desilusión, pero también el alivio de que ya ha pasado el momento de esforzarse por reparar la situación, o cambiar. Ha pasado el momento de la ilusión negativa, la ansiedad ante las expectativas de ser un esposo o esposa a la altura del modelo.
Caballos en la niebla, es uno de los peores relatos de Carver. Me lo encuentro cuando decido leerme Tres Rosas Amarillas antes de cenar, por cerrar con Carver y porque me había quedado pensando en el relato anterior. Me sorprendo. Un hombre recibe una carta de su mujer diciéndole que le abandona por debajo de la puerta de su despacho. El texto insiste en que él no reconoce su letra. La mujer sale a la calle. Aparecen los caballos en el jardín, y esta parte es similar a Si me necesitas, llámame. Todo está alargado en el texto, y parece recubierto, una falsa superficie.
Quizá Carver se parecía mucho a su primer personaje, quizá prefirió complicarlo. En la edición de Anagrama un texto explica que un tercer relato, similar y diferente, fue publicado en Granta (Londres), nº 68 (invierno de 1999: 9-21).
Diferentes nombres, diferentes ángulos de reflexión, diferentes máscaras.
Anexo 2.
Cuando estudiaba la carrera, en una visita a mi abuelo, éste me prestó Paraíso Perdido. Era una edición horrible, en castellano, del Círculo de Lectores. Unos años después, cuando terminé, fue uno de los libros que elegí para comenzar con esa tesis inacabada sobre El Doble por su explicación de la Caída de hombre, del dualismo Bien/Mal. Lo leí fragmentariamente, varias veces, en su idioma original, en distintas bibliotecas del mundo. Trataba de analizar esa lucha en un mismo personaje (Jekyll and Hyde, El Golem) y sus derivados: Frankestein, Blade Runner, etc. Aunque el tema ha sido elegido por otros muchos en este intervalo, me ha gustado encontrarme con comentarios relativos a todo eso en La Ciudad de Cristal.
La semana pasada, cuando mi padre estaba ingresado, ingresaron también al hermano de mi abuelo. Es ese tipo de hombre mítico del norte que alimentó a sus hijos y hermanos, abrió negocios, tuvo biznietos y cualidades extraordinarias. Sus hijas querían llevarlo ya al campo, su lugar favorito, para que muriera tranquilo. Tomé un café con mi madre en un intercambio de nuestros turnos y le comenté algo sobre ello. Nadie se lo había dicho.
A mi madre, cuyo tío había vivido durante su infancia y adolescencia en casa, compartiendo habitación con su hermano, le mudó la cara. Me contó cómo una vez salvó a un hombre de ahogarse en la playa, y cómo arregló el puente del pueblo. Parecía repentinamente cansada e indefensa. Me miró directamente a los ojos, con tristeza, y me dijo infantilmente: ¿por qué tiene que morir la gente buena?
Yo sólo pude contestar: Bueno, todos tenemos que morir, eso es así.
Ella continuó, como una niña regresada de la época que estaba recordando: No, todos, no. La gente buena no debería morir nunca.
21 de agosto de 2008
Carver, Auster, Junot Díaz.
11 de agosto de 2008
Banana Yoshimoto vs Lulu Wang
Me gustaría saber cocinar, pero no sé. No tengo paciencia y la materia muerta me parece obscena. Ayer en el tren leí un relato breve de Fernández Mallo sobre eso en el dominical. Me resultó extrañamente sincrónico leer eso mientras atravesaba el llano de Albacete, mi tierra natal, las fábricas de harina que hace años mantenían encendidas sus luces toda la noche, semejando una fantasmagórica Nueva York para los viajeros. También leí Kitchen, de Banana Yoshimoto. Es un libro breve que me vino bien. Porque estaba enfadada. Con la sucesión mutante de la vida, continua y sofocante. Irritada contra la enfermedad, el cansancio, el miedo a la muerte o el abandono. La protagonista se desliza entre las fases de la tragedia más cotidiana de cocina en cocina, buscando alquileres, trabajos, amores ridículos. Minúsculos pasos de la vida. Hay algo fascinante en quien cocina con paciencia. Están absortos como si el tiempo no pasara o éste no fuera importante. La gente que trocea lento, que monda, enharina, casi detiene el corazón. Están solos en un distanciamiento gentil, cuidándote sin alterar la distancia, en una especie de amabilidad callada e instintiva. Parecen transparentes, y yo, pequeña hambrienta, necesito aplacar mi agitación compartiendo su pequeño círculo atolondradamente. Banana es un buen nombre para alguien que escribe.
Me gustó la lectura, excepto el fragmento final.
Me dieron ganas de comer tallarines preparados con gambas y jengibre. Hoy, cumpleaños de S, hemos ido al Wagaboo y nos hemos reído de los chinos y de Lulu Wang, como dos niñas japonesas. Sabía bien, y puedo comprender por qué.
Me gustaría saber cocinar algo estos días para Paul Newman. Atún marinado con semillas de sésamo, por ejemplo.
10 de agosto de 2008
Cuatro millones de chinos vs. un verano fatal
9 de agosto de 2008
5 de agosto de 2008
Una casa para el Señor Biswas
V.S. Naipaul, Una casa para el Señor Biswas, Círculo de Lectores, 2001.
En los años en que la teoría de la posmodernidad y los escritos de Baudrillard encandilaban al mundo académico, se buscaban nuevas literaturas a las que aplicar los nuevos puntos de vista descentralizados. La literatura caribeña, como la chicana, pasó a ser un campo de estudio en boga. Recuerdo a John Skinner recitando a Naipaul mientras caía la nieve al otro lado del cristal, en una de las aulas del Departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Turku, Finlandia. Era era una de las primeras nevadas, esa mañana aún había luz. El exotismo tropical de palabras como “mangoes” (mang-goh) o “criollo”( kree-oh-loh), pronunciados por el perfecto acento británico de Skinner, contrastaban con el paisaje monocromo.
Después de muchos años, hace poco me topé con Una Casa para el Señor Biswas en una librería del barrio, una novela que habla de cómo un hombre aspira, durante toda su vida, a encontrar su lugar en Trinidad.
La isla no tiene más que unos 50.000 habitantes, y su lengua oficial es el inglés, aunque también se usa el español. Su población es mitad negra, mitad hindú, como resultado de los esclavos traídos primero y de la mano de obra barata importada después. El Señor Biswas es uno de esos hindúes de segunda generación, un personaje desintegrado y cómicamente torpe en sus intentos por medrar. Como en La Casa en la Calle Mango de Sandra Cisneros, o Ojos azules de Toni Morrison, la marginalidad se expresa de modo espacial en la casa pobre, la chabola nunca acabada, como la representación opuesta al hogar burgués.
Desde su nacimiento, el Señor Biswas ha sido marcado por la superstición de su entorno. Su marginalidad comienza en el hogar paterno y desde ese momento Naipaul nos describe los espacios que se ve obligado a habitar: la chabola donde una familiar de su madre los recoge tras la muerte del padre, la casa enorme pero destartalada de su opresora familia política, su cuarto como peón del campo de los Tulsis, su fracasado proyecto de construcción, etc. Biswas va descubriendo que hasta dentro de una casa aparentemente próspera como los Almacenes Tulsi, donde habitan multitud de hijas, yernos y nietos, también existen fronteras: de miedo, de desconfianza, de vergüenza, que definen las categorías endogrupales. Estas mismas categorías se traducen en las calles: lenguas y culturas contenidas en barrios, guetos y poblaciones que se prolongan hasta la última frontera natural: el mar que sólo los afortunados cruzarán.
Una casa significa autonomía, pero no sirve cualquier acotación de terreno, sino que Biswas necesita la recreación de una casa concreta: la del colonizador. La bella casa con dos plantas y jardín, fresquera y fregadero, escaleras y balaustrada, el locus de una ideología determinada. Un deseo de escapar de Trinidad, pobre y caótica, para engrosar los valores, conceptos e ideas del hegemónico mundo occidental. Pero detrás de la desilusión de ese falso hogar al que nunca se puede llegar, se encuentra una mentira mayor: la de la metrópolis como hogar que recibe con los brazos abiertos.
Dada la maldición de su nacimiento ("este niño no debe acercarse al agua") y sus pobres condiciones físicas, Biswas no puede emplearse en el trabajo físico. Entre una mayoría de desposeídos y sin-nombre cut¡yo capital es su cuerpo, su lucha por sobrevivir como escritor o funcionario resulta ridícula. Su desintegración representa la de su comunidad, formada por grupos étnicos desposeídos de su cultura madre y minorías desarraigadas en una tierra extraña, como semillas exóticas llevadas a continentes inadecuados, como la mangos en medio de la nieve.